17 feb 2014
Ellos sí que saben qué es Boca
No me pidan que hable del partido. Si así fuese, tendría que finalizar dejando en concreto mi desconcierto que alcanzó hasta un punto de ser casi obsceno. Esto fue como consecuencia de actitudes desconcertantes, reacciones confusas, jugadores que nunca debieron haber vestido la camiseta de Boca y decisiones que me hacen reflexionar. Así que prefiero evadir este entrecruce entre sentimientos y pensamientos y enfocarme mejor en lo acontecido a nivel emocional anoche. Y no, esto no ocurrió dentro del estadio, mentira sería afirmar que sí. Porque, literalmente, esto sucedió afuera de él.
Los hinchas de Boca superaron cualquier expectativa. Ese hincha que, a pesar de todo, sigue de pie, cantando, gritando, coreando. Y la fiesta de anoche fue, simplemente, espectacular. Naturalmente, los gruesos muros que encierran a la Bombonera volvió incomprensible lo que miles de gargantas gritaban a la noche, pero aún así se presintió un rumor ensordecedor, que amenazó con romper cualquier estructura racional, y simulaba ser un animal feroz y hambriento que aguardaba después de aquellas paredes que los separaba de su pasión, su amor indescriptible, su sentimiento ineludible.
Lo que sí se pudieron distinguir con claridad, sin embargo, fueron los fuegos artificiales.
Los comentaristas se empeñaron en no evidenciar la clara fidelidad del hincha xeneize hacia su equipo, cuestión que marcaría una pronunciada diferencia entre las hinchadas de los demás equipos y sus quisquillosas exigencias como condición de su aliento. Mas, no obstante, el que mira para otro lado no escapa de la gigante verdad: otra vez la multitud de gente que se ve hipnotizada por la azul y amarilla volvieron a conquistar el país con su encanto y destreza. Desde afuera, a pesar del frío, a pesar de todo, entonaron a todo pulmón. Y aquellos que llevaron radios para seguir el hilo de la batalla que se desenlazaba en las entrañas de aquella imponente arquitectura que yacía a su costado fueron informando a sus demás hermanos de sentimiento lo que ocurría. Naturalmente, tras el primer gol de Boca, un grito enardecido y casi inhumano se escuchó implacable desde un costado del estadio. Los jugadores que disputaban el encuentro se miraron sorprendidos unos a otros. Parecía como si afuera se estuviera desenlazando el mismísimo infierno, aunque lo que aquella muchedumbre de locos transmitía en realidad era aquella hermosura digna del paraíso. Los comentaristas, de mala gana, tuvieron que comunicar lo que ocurría afuera, deslumbrados, para que no hubiesen malos entendidos: nada de tiroteos ni guerras, afuera del estadio sólo habían miles de personas que gritaban por su primer y único amor.
No obstante, después llegaron los goles de Belgrano. Y entonces la verdad traslució: los hinchas de Boca rugieron con más escándalo, siempre fieles, siempre incondicionales. Desde afuera del templo del fútbol, expresaron su fidelidad eterna que resplandecía aún en la noche más oscura. Y, finalmente, cuando llegó el tercero de Belgrano, ya no fue la Bombonera quien latió como es la costumbre, si no el barrio de La Boca en sí. Las bengalas ardían, con pasión, y originaban espirales de humo que iban a morir junto a las estrellas que refulgían en el cielo azul. Desde la televisión se podía apreciar los estallidos de la pirotecnia que había llevado la concurrencia boquense a un costado del estadio Xeneize. Y ya no sólo eran las estrellas y la luna quienes brillaban desde la eternidad que se cernía en las cabezas de todos. Los fuegos artificiales explotaban en esa inmensidad sobreacogedora, y decoraban el cielo con delicadeza, brindándole aquél matiz de amor y sentimiento que tanto le falta a este gris mundo, que vive entre sombras. Sombras que murieron con aquél sensacionalismo que desprendía aquella multitud que se había reunido en el punto geográfico más bostero y apasionado del mundo.
Debo confesar que sentí, anoche, más orgullo que cualquier otra cosa. Cierto es que el partido me dejó ensimismado en una guerra oscura en la que se debatía mi parte racional y mi parte sentimental. Pero la fiesta de aquellos hinchas que acompañaban hasta en las grises al club al que sirvo me hizo sentir esa sensación que, cuando la oportunidad se le presenta, late dentro mío. Y mi alma celebraba con todos aquellos. A pesar del resultado, y a pesar de la sanción puntualizada por aquella organización que se empeña en establecer leyes sólo para Boca Juniors, ese conjunto de locos seguían gritando a pesar del fuego que ardía en el sector del razonamiento de cada uno.
Porque Boca es ese pueblo. Y ese pueblo, hoy demostró lo que realmente es Boca.
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es asi toda la razon los jugadores ya no sienten la camiseta que los hinchas si
ResponderBorraruna verdadera locura bostera je
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