19 ago 2013

Cuánto lo amo, señor

"Me dio placer el saludo, sobre todo porque uno está golpeado a veces". Lo dijo con sorna, con una sonrisa pícara, y le dijo a un periodista: "Epa, no ponga esa cara. ¿No vio que acabo de golpearme?". Pero el verdadero hincha, ese que suspira de éxtasis cuando Riquelme la pide, la tiene y la acaricia; ese hincha que a veces se encuentra desesperado, choca paredes en la penumbra de la oscuridad, y repentinamente entrecierra los ojos alarmado cuando ve una luz a un costado, una luz... enorme, enorme como la oscuridad. Y cuando se acostumbra a la luz repentina, se da cuenta de que esa luz la proyecta un señor, con saco negro y pelo blanco; anteojos gruesos y sonrisa bondadosa. Es ese que cuando ve esa luz entre tanta oscuridad, sonríe; se aproxima a la luz y la abraza. Es ese el hincha, el hincha que va el domingo a la cancha para dejar lo que el cuerpo no puede dar por lo que el alma pide emitir. Es ese el hincha que entiende el significado de las palabras de este hombre, de este señor. Y que cuando este señor está a un costado, nervioso, preocupado, empieza a enojarse consigo mismo porque se siente impotente, y cuando ve a ese señor sonreír y celebrar, sonríe y festeja con él. Y el hincha de Boca, ese hincha, siempre va a tratar de verlo feliz; porque él es como Boca: está vestido con un saco oscuro, porque a veces es ineludible la oscuridad, pero que sigue erguido, con los cabellos blancos de historia y la sonrisa pura de felicidad recordada. Él es Boca, y todo aquél que lo niegue puede considerarse, ensimismadamente, un hincha ingrato e insentimental. Y cualquiera sabe que un verdadero hincha de Boca es, sobre todas las cosas, sentimental; de otra forma no puede alentar a pesar del resultado.

No pude llorar, porque estaba feliz pero el partido no terminaba; cuando en mí hay emociones además de la felicidad, en mi corazón se debate un enfrentamiento entre estos sentimientos, y ayer se liberó una batalla entre la felicidad eterna y la impaciencia y preocupación pasajera. Al final logré apaciguar los tres sentimientos, pero la eternidad siempre va a ser más grande que lo pasajero, más allá de que el presente ocupe casi todo el parorama en el instante. Y no pude más que sonreír cuando vi a Román corriendo a saludar al Virrey, a abrazarlo, a profesarle ese amor físico que el hincha solo puede profesárselo de forma anímica. Porque tiempo antes, el cántico que invadió la cancha fue el "Que de la mano, de Carlos Bianchi, todos la vuelta vamos a dar", y el anciano puro, el anciano Boca, porque así debe ser llamado Carlos Bianchi, no pudo más que sonreír y saludar a toda esa multitud, así como saludó a Román, o más bien le devolvió el saludo. Porque Román es hincha; él también siente como bostero. Román es el que en los entrenamientos se junta con Bianchi, a un costado, y empieza a darle vueltas al asunto que tiene en sus manos, y empiezan a preguntarse y a responderse de manera mutua, solo por un fin: nuestra felicidad.
Cuánto te amo, Román. Cuánto lo amo, señor Virrey. Ustedes son Boca, junto a la hinchada. Gracias por tanto, señor Boca. Perdón por tan, tan, tan poco.



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