El Monumental es el estadio más grande de Argentina. Redondo, con una pista de atletismo encerrando la cancha de fútbol, con dos bandejas alejadas y recostadas. Fue construido así durante la dictadura militar de 1978, como consecuencia del Mundial que se llevaba a cabo en Argentina. Pintado de blanco y rojo, tiene una estructura sencilla, indudablemente imponente, albergando a más de 75 mil personas.
Y es tan frío...
Podría decirse que se debe a la forma que tiene. Al tener tribunas alejadas de la cancha, el aliento no le llega al equipo. Esa sería la excusa ideal. Pasa que, sin embargo, el estadio incita a desesperarse. Y la gente de River lo hace, siempre que el resultado no es óptimo. Yacer en esa arquitectura simétrica despierta nerviosismo en los hinchas. Gritan insultos, silban, cantan obscenidades hacia su club, exigiendo que las cosas vuelvan a un rumbo positivo, y que los resultados pasen a ser los ideales.
Es increíble que, a la hora de insultar, el Monumental sí se escucha. Una cualidad que sólo el Estadio Antonio Vespucio Liberti tiene. Pero cuando es momento de alentar, de tirar esos cánticos presentes en todas las hinchadas del fútbol argentino, existe un fenómeno pobre. Parecen murmullos. Como un vulgar partido más. Los hinchas se desentienden entre ellos. Técnicamente, por las dimensiones del estadio. No pueden hacer correr la voz y siempre desisten, se rinden ante la intención de gritar de forma unánime y dejan de cantar, se sientan frustrados para ver el partido o permanecen de pie pero sin decir palabra alguna. Algunos pocos entonan y dan vida de forma mísera al susurro casi inaudible en los partidos. Pero en su mayoría, el Monumental es un escenario de frío silencio.
Por otro lado, está la Bombonera.
A diferencia del Gallinero, el templo del fútbol está inclinado hacia la cancha. Tres bandejas erguidas. Muy pocos metros residen entre la cancha y las tribunas. Y eso se siente. Los hinchas están ahí nomás, pasan a ser factor fundamental del resultado final del encuentro, disputan la batalla como un jugador más.
El Estadio Alberto J. Armando fue construido en 1940 por sus hinchas. El apodo que sostiene se debe a su peculiar forma. El arquitecto del templo, Viktor Sulčič, en el día de su cumpleaños, recibió una caja de bombones por parte de una amiga. Sulčič llevaba la caja a las reuniones con el ingeniero Delpini, y los operativos, irónicos, se percataron de que la forma de la caja de bombones era idéntica al estadio que estaban contruyendo (con forma de "d").
Nuestra Bombonera nos enamora a diario. Estando en ella, de lo único que te entran ganas es de saltar, bailar, cantar. Uno se siente parte. Cuando se juega un partido, de alguna forma los cincuenta mil hinchas presentes se ponen de acuerdo y gritan al unísono cánticos lujuriosos. Asimismo, los cincuenta mil bailan un mismo vals, y saltan enardecidos. Los saltos del pueblo se hacen uno, un salto que sacude a Brandsen 805, que hace latir la Bombonera. El estadio que late. Se desenlaza entonces un show inenarrable. Cincuenta mil gargantas al rojo se arruinan, las manos surcan el aire y las banderas abrazan el cielo. El ambiente más pasional del mundo.
Y estamos prendidos fuego. El calor del alma nos abrume. Nuestros corazones palpitan acorde a la Bombonera, y no existe nada más relevante entonces que ser hincha de Boca. El sol esplende amarillo y el cielo lo abraza azul. Nuestros colores están allá arriba. Y la felicidad baila con nosotros.
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hermosas palabras como siempre. describis lo que todos sentimos y no podemos explicar
ResponderBorrarobio que si! orgullo de ser bostera
ResponderBorrarBuen trabajo Locura. Están deleitándonos cada vez más.
ResponderBorrarQue orgullooo! Esto es Boca ♡
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