Ni el más cuerdo de todos puede ejercer autocontrol cuando se encuentra en la Bombonera, con sus cincuenta mil hermanos, mientras el piso tiembla y toda estructura que te prive de ser lo que sos tambalea insegura. Camiseta con sponsor, con estrellas, con escudo y colores, azules y amarillos éstos, que se desprenden del cuerpo y son zarandeados por una mano encolerizada, que danza junto a miles y miles más, mientras gargantas rugiendo las siguen con indeclinable fiereza, rugen canciones, entonadas con pasión, todos esos sentimientos que uno no podía controlar dentro suyo en tanto la cuenta regresiva, horriblemente eterna, se iba muriendo hasta llegar a ese día, en el cual el sol brilla y se esconde, y la luna se torna amarilla y esplende con entusiasmo, encerrada en el cielo azul que completa el magnífico escenario azul y oro que todas las noches nos imperia desde arriba.
Todos aglomerados, no entra un alma en ese templo, asientos superpoblados y lugares recónditos colmados, cincuenta mil y algo más adentro, millones afuera, gritando junto a los que residen en el estadio. Late Buenos Aires. Late Argentina. Terremotos surcan las rutas y los autos se detienen con desconcierto, las veredas bailan y las personas que se encaminan por ellas saltan sin proponérselo, al igual que lo hacen los veinte millones de bosteros, todos inclinados hacia la Bombonera, en Brandsen 805.
La gente sale afuera de sus casas para poder observar, alcanzar a apreciar algo que explique la locura que se siente a pesar de que el escenario en donde transcurre la misma esté lejos. Los pájaros intentan cantar pero no se escuchan a sí mismos, ensordecidos por lo exclamado por el pueblo boquense. Todos los habitantes de la sociedad aguardan silencio, mientras la locura xeneize sigue desarrollándose inexorable.
La noche, azul y amarilla, observa todo desde allá arriba. Los mares azules que reflejan la luna amarilla se desbordan e inundan todo lo material de la humanidad, dejando sólo lo inexplicable, lo indescriptible, lo que tiene lugar en el Estadio Alberto J. Armando. Las montañas se derrumban después de milenios y las nubes se abrazan con miedo. Empieza a llover.
Es ahí, en la Bombonera, donde se escucha impertérrito: "Boca, Boca de mi vida", mientras la lluvia sumerge a todo quien se encuentra allí. Veinte millones de corazones expuestos a la luz de la luna. "Vos sos la alegría de mi corazón", prosigue el pueblo más grande del mundo, la nación más hermosa del mundo, la religión eterna que palpita dentro nuestro. "Sabes todo lo que siento, te llevo acá adentro", añaden los últimos románticos, "en mi corazón".
La electricidad se muere. Todo invento humano llega a su fin. Los terremotos cortan la luz y la lluvia implacable inunda las casas de cada integrante de la monótona sociedad; pero los dueños de éstas no se dan cuenta, porque se encaminan hacia la única luz, la única luz que se ve a lo lejos, la única luz del mundo. La noche oscura se confunde con la oscuridad del aire y no hay alternativa: ir allá es lo último que queda. Escuchan a lo lejos, con asombro, el grito del animal más grande del mundo. Algunos vuelven la vista atrás, dispuestos a retroceder, pero al ver la penetrante oscuridad no les queda otra que seguir caminando hacia la luz. Y siguen.
Con cada paso, el grito se va haciendo más grande. Y llega al punto en que es demencial. Los deambulantes contemplan, absortos, lo que parece ser un templo, rodeado por millones de personas, y millones, y millones. Pero éstos no les prestan atención, sino que siguen con la mirada fija en el centro del templo, mientras bramen encolerizados.
La luz que transmitía el estadio fue suficiente para que los deambulantes pudiesen ver un cartel que rezaba, con alegría: "Bienvenidos a La República de La Boca".
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La piel de pollo!!
ResponderBorrar"...contemplan, absortos, lo que parece ser un templo, rodeado por millones de personas, y millones, y millones. Pero éstos no les prestan atención, sino que siguen con la mirada fija en el centro del templo, mientras bramen encolerizados". tremendo! aguante boca
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